"Siempre quedaba esa ingenuidad que es pensar que lo inevitable se puede posponer, pero no se puede, y cuando llega, como acaba de llegar para Mario Benedetti, es muy duro. La ingenuidad no ha sido posible. No hay milagros" José Saramago
miércoles, 20 de mayo de 2009
"Leve es la parte de la vida ..............
"Siempre quedaba esa ingenuidad que es pensar que lo inevitable se puede posponer, pero no se puede, y cuando llega, como acaba de llegar para Mario Benedetti, es muy duro. La ingenuidad no ha sido posible. No hay milagros" José Saramago
viernes, 15 de mayo de 2009


A la noche se empiezan
a encender las preguntas.
Las hay distantes, quietas,
inmensas como astros:
preguntan desde allí
siempre
lo mismo: cómo eres.
Otras,
fugaces y menudas,querrían saber cosas
leves de ti y exactas:
medidas
de tus zapatos, nombre
de la esquina del mundo
donde me esperarías.
Tú no las puedes ver,
pero tienes el sueño
cercado todo él
por interrogaciones mías.
Y acaso alguna vez
tú, soñando, dirás
que sí, que no, respuestas
de azar y de milagro
a preguntas que ignoras,
que no ves, que no sabes.
Porque no sabes nada;
y cuando te despiertas,
ellas se esconden, ya
invisibles, se apagan.
Y seguirás viviendo
alegre, sin saber
que en media vida tuya
estás siempre cercada
de ansias, de afán, de anhelos,
sin cesar preguntándote
eso que tú no ves
ni puedes contestar
Pedro Salinas
miércoles, 13 de mayo de 2009
martes, 12 de mayo de 2009
viernes, 8 de mayo de 2009

"...Eras un libro expuesto a la ventisca,
ave trémula en el paraíso,
manojo de plumas que oprime mi corazón.
Mis sueños vuelanpor tus verdes silencios,
y mis labios de vino se humedecen
La poesía de Shakir Wa´el
La juventud de Shakîr unida a su desconocimiento de las pautas de la prosodia persa utilizadas por los poetas clásicos como Hani al-Hakamí (Abu Nuwas) o los místicos sufíes que influyeron en la poesía andaluza, Omar Kayyam, Saadi Shirazi, hacen de él un poeta absolutamente marginal que se expresa de forma libre y espontánea. No se le puede considerar dentro de la literatura persa, pero tampoco se llegó a integrar en la poesía arábigo-andaluza de moaxajas y zéjeles. Se anticipó a los poetas nazaríes Ibn al-Yayyab o Ibn Zamrak, pero Shakîr no escribía para conseguir méritos oficiales, ni sus versos son alabanzas al sultán convertidos en caligramas en los muros de la Alhambra; cantó secretamente a una mujer, escribió apasionadamente en el aire para que ella lo quisiera también apasionadamente, sin conseguirlo.
En 1260 emprende el viaje de regreso a Irán llamado por su padre anciano y ciego, para hacerse cargo de la herencia familiar. Es probable que el barco que lo llevaba a su hogar fuera atacado por piratas o naufragara en el estrecho de Mesina o en cualquier otro de los pasos peligrosos de la ruta mediterránea. No se tienen noticias de su llegada a Oriente y no existe rastro de que ejerciera alguna actividad posterior en su tierra. No figura en ningún documento literario iranio.
Durante los dos años que el joven Shakîr permaneció en Granada, es probable que viviera en la primitiva Alcazaba entre el séquito de Sa'id al-Bistamí. El monarca nazarí, Mohamed ben Al-Hamar, acababa de trasladar la corte del Albayzín a la Alhambra y había mandado edificar nuevas dependencias residenciales y de defensa para alojar a su familia y a un pequeño ejército. El joven Shakîr probablemente presenció el inicio de la construcción de la Torre de la Vela y de los primeros aposentos reales viviendo en el interior del recinto.
Sus versos transmiten profundos sentimientos de amor. ¿De quién estaba enamorado el joven extranjero? Su poética lamentación hace suponer que se trataba de un amor prohibido, de una mujer que no era libre, tal vez una mujer del serrallo, a la que tuvo que renunciar. Esta mujer, que nunca menciona por su nombre para no comprometerla, y a la que vería únicamente tres veces en su vida, sería la inspiradora de los versos que publicamos bajo el título de "Visita del joven Shakîr Wa'el a Granada". No podemos saber cómo se llamaba, aunque estaríamos tentados de llamarla Zorahaida, como la princesa de la leyenda de La rosa de la Alhambra, porque tendría su misma sensibilidad y destino; al menos, así la vería su joven enamorado.
El manuscrito se quedó en Granada, probablemente Shakîr lo dejó con la vana ilusión de que llegara a manos de su amada. Se lo dejaría a alguien de su entorno, tal vez a alguna esclava al servicio del harén. No sabemos si algún día ella lo llegó a leer, pero suponemos que sus poemas fueron conocidos y copiados por otros amantes deseosos de ver su amor correspondido, cosa que era relativamente infrecuente, y esta circunstancia permitiría que el original o una de las copias, apareciera a comienzos del siglo XIX durante la invasión napoleónica. Un oficial francés, en el expolio de las ruinas de la Alhambra, tuvo la fortuna de descubrir el manuscrito. Se supone que este militar, con buen olfato literario, se llevó el libro que estaba encuadernado en pergamino flexible al estilo árabe. Por la sencillez de los adornos de la cubierta se notaba claramente que no se trataba de un libro sagrado musulmán, sino de una encuadernación artesanal hecha probablemente por el propio autor.
Ya en París, el militar napoleónico hizo traducir al francés el preciado documento y se sorprendió por la belleza del resultado. No sería extraño que el propio oficial estuviera enamorado de una mujer de Granada que tal vez viviera en el Albayzín y encontrara en el manuscrito un reflejo de sus sentimientos. Orgulloso de su hallazgo, estampó su nombre y apellidos a pie de página: "Lieutenant Maximilian de La Rochelle", como lo reprodujo Tamaral. Este personaje es el autor de las pequeñas notas aclaratorias escritas al margen de la versión francesa que Tamaral utilizó para la comprensión del origen de la obra y su traducción al español.


El rey Almutamid era aficionado a largos paseos al ocaso por la orilla del río Guadalquivir en los que solía ir acompañado de su amigo y consejero Ben Amar. En estas ocasiones de ocio a Almutamid le gustaba mucho caminar despacio y detenerse de trecho en trecho para conversar y, cómo no, para jugar a improvisar versos y a completar estrofas y rimas, pues sabía que tenía cierta ventaja sobre su amigo, a quien no se le daba tan bien improvisar poemas. Pero el rey insistía. Cierta tarde, a Almutamid le llamó la atención el bello efecto que producía la luz del sol de poniente sobre el agua del río, que parecía una cota de malla trenzada con hilos de oro, rizada por la brisa. Almutamid no se resistió a versificar el tema y propuso estos versos:
La brisa convierte el ríoen una cota de malla…Se suponía que Ben Amar tenía que completar la estrofa en forma de redondilla, pero se quedó en blanco y no arrancaba. Ya se le escapaba a Almutamid la sonrisa ganadora, cuando a sus espaldas oyó una voz de mujer dulce y bien timbrada que decía:
La brisa convierte el ríoen una cota de malla,mejor cota no se hallacomo la congele el frío.Boquiabiertos, los dos amigos se volvieron para ver quién había completado la estrofa con tanta gracia e inspiración, y vieron a una graciosa jovencita descalza que llevaba un borriquito moruno del ronzal. Y poco más vieron, pues apartándose de ellos, en seguida se encaminó salerosa hacia Triana por el Puente de Barcas.
El rey le encargó a Ben Amar que fuera tras ella y averiguara de quién se trataba y a quién pertenecía, pues parecía una esclava. Y en efecto lo era. La llamaron a palacio y así el rey supo que se llamaba Itimad y que la llamaban “la Romayquía” por pertenecer a un alfarero llamado Romaicq. Era trianera y trabajaba haciendo ladrillos y tejas en el horno de este mercader.
Pidió el rey a Romaicq que le vendiese la esclava, a lo que el mercader repuso que se la regalaría gustoso, pues era una esclava perezosa en el trabajo, que se pasaba el día fantaseando. Y para asombro de la corte y de toda Sevilla, el rey que hasta entonces solamente había mostrado interés por los estudios, los versos, los caballos corredores y las bellas armas, parecía haber perdido ahora la cabeza por una mujer. Ya era hora, se decía. Más sorprendente aun fue el hecho de que Almutamid no quisiera a Itimad como capricho o pasatiempo para su harén, sino que se casó con ella a los pocos días, convirtiéndola en reina de los sevillanos. Fue su única esposa y su amor duró toda la vida de ambos, sobreviviendo a los buenos y a los malos tiempos.
Como reina Itimad fue tan prudente y graciosa, que se hizo perdonar su origen humilde. Poseía además un talento literario natural que fue respetado en aquella corte de poetas, así como avanzadas ideas feministas que no fueron siempre del agrado de los ulemas. Así por ejemplo, permitió que las mujeres sevillanas se quitasen el velo del rostro, en contra de lo que prescribía la religión islámica.
Sin embargo, a pesar de sus notables logros, Itimad no era completamente feliz como reina, pues extrañaba la libertad de su infancia en Triana, cuando corría por los campos y deambulaba por los mercados. En cierta ocasión, el rey descubrió a su esposa llorando frente a la ventana de sus aposentos. Almutamid quiso saber cuál era el motivo de su llanto, e Itimad le contestó que ya no podía hacer lo que quería, ni siquiera pisar el barro para hacer adobes, como aquella humilde mujer descalza que estaba junto al río. Y habiendo escuchado atentamente sus lamentos, al cabo de una semana el rey despertó a Itimad diciéndole que ya podía bajar al patio, donde encontraría aquello que más deseaba. En efecto, el patio del Alcázar estaba cubierto de una espesa capa de barro muy parecido al que cuando ella era niña había pisado en Triana. Pero cuando Itimad metió los pies en el barro, llena de emoción, comprobó que estaba amasado con las más exquisitas especias y perfumes del reino, como azúcar, canela, espliego, clavo, almizcle, ámbar y algalia. Y allí estuvo Itimad jugando con sus doncellas un buen rato, amasando con los pies el perfumado barro, y riendo entre alegres y estrepitosas risas.
Sin embargo, la melancolía siguió apoderándose de Itimad, sobre todo cuando la corte se trasladó a Córdoba tras haber conquistado Almutamid esta taifa. Un día se percató de nuevo el rey de la tristeza de su mujer y le preguntó si sería esta vez capaz de devolverle la risa a sus ojos. Itimad le respondió que había deseos que ni con todo su oro podría él satisfacer. Lo que anhelaba era algo muy sencillo pero complicado en la cálida Córdoba, ver algo que nunca antes había visto, una tierra nevada. “Esto es imposible de solucionar”, pensó Almutamid, “pues en la Península no hay nieve, si no es en el Norte que es tierra de cristianos, o en Granada que es tierra de Almudafar, con quien tengo firmadas las paces y al que no me conviene molestar por un capricho”.
Continuó pues Itimad con su nostalgia, y Almutamid no volvió a hablar del asunto. Pasado un tiempo, una mañana de febrero, cuando Itimad se despertó y se asomó al ajimez de su gabinete, no daba crédito a lo que veían sus ojos, pues todo el campo de Córdoba estaba cubierto por un terso manto de nieve. “¡Ha nevado! ¡Ha nevado!”, iba gritando Itimad por los pasillos de palacio con una alegría desbordante. Mientras Almutamid sonreía satisfecho, pues su esposa no había descubierto su amorosa superchería. En realidad había hecho traer de la vega de Málaga en caravanas de carros más de un millón de almendros que mandó plantar en la sierra cordobesa, frente a los ventanales del Alcázar Viejo. Y ahora a finales del invierno, al llegar la época de la floración, el campo cubierto de almendros floridos aparecía blanco, como si hubiera nevado copiosamente.
Años después, sin embargo, la adversidad se ensañó con el destino de Almutamid y su reino, que quedó acorralado entre las ansias expansionistas del rey Alfonso VI, por un lado, y las del emir Yusuf, por otro. Almutamid abrió las puertas de Sevilla a Yusuf, pues pensó que al menos compartían el mismo dios. Pero Yusuf había recibido en secreto el encargo por parte de los ulemas de prender a Almutamid y desterrarlo a Marruecos por ser un sultán impío que se había casado con una sola mujer, a la que permitía extravagancias feministas y artísticas. Era también la hora de Itimad de dar pruebas de amor hacia su marido, quien en tantas ocasiones la había hecho tan feliz. Y así lo acompañó en el destierro sin pensarlo dos veces. De nuevo volvió a vivir en la miseria como cuando era la Romayquía de Triana, y para ganarse la vida, mientras su marido estaba en prisión, hilaba y tejía sin descanso. Ahora sabía que en el amor había que estar a las duras y a las maduras, y que la fortuna era aun más caprichosa que ella misma.
miércoles, 6 de mayo de 2009


Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua...."